Día primero


Justo anoche que me acosté casi negándote - a medias, por vos y por mí-, soñé que eras Leonor Benedetto y hacíamos el amor en un departamento extraño; era tuyo, aunque lo alquilabas, un intermedio entre el YMCA de Chicago y una casa colonial. El piso: cuarto, al que se subía por un ascensor enorme con puertas de rejas negras, de los de antes.
En el sueño estaba Cata, una alumna que ví durante 4 horas dos meses seguidos el verano pasado, que resultó ser mi cuñada de sueños y él, era Nico, aunque no era y no se vió nunca -el que me cantaba Ojalá por teléfono, el que me hizo cantar por alguien “Una mujer con sombrero en plena calle Florida-, quién en la vida me ha dado un beso; quién, en concreto, no fue nada más que algunos veranos y cuatro inviernos, poemas, canciones al piano y  un par ojos turquesas que me esquivaron siempre, salvo cuando me dijo que se sentía como el zorro del Principito, contento por adelantado en mi llegada aquella vez, en Buenos Aires.
Así dibujan los sueños sus personajes.

Cuando bajaba por la calle a buscarte (por lo visto yo no era la maga, la maga eras vos), con la incerteza de no saber si ibas a estar en el departamento o te habrías mudado -muy Alice Ayres, también-; mejor dicho, con la absoluta incertidumbre de desconocer si el departamento existiría en algún lugar de esas calles o de la ciudad, ya que ni siquiera sabía la dirección, y sabiendo que sólo retenía tu calle y el edificio como una foto (como un paisaje), siempre te perdías.

Entonces, encontraba por ahí a otro chico  -éste sí, sin nombre ni cara conocida- a quién le preguntaba la calle sin nombre o no recuerdo cómo, que sabía quedaba dos cuadras de mi departamento de estudiantes en Córdoba.
(Irónico; antes había dicho que no conocía tu dirección, sin embargo siempre estaba presente la sensación de que tu calle, aún sabiéndola por números o pistas, se me extraviaba, de una forma u otra,  en la memoria o en medio de otras calles, como si se enredara y desapareciera de repente, devorada por la ciudad, obligándome a empezar todo de nuevo, desde el principio).
Este desconocido me hacía subir a su moto, con Santiago, y yo sentía el vértigo de una bajada enorme -otra diferente, menos montaña rusa que la que habíamos sentido con Santi, también, cuando bajábamos en un colectivo de línea , viejísimo, también yendo a buscarte (eso era lo más patente del sueño, la búsqueda), supongo que llegando a tu ciudad, que manejaba mi tío. La misma noche, al comienzo del mismo sueño - y le decía que tuviera cuidado que a Santiago iba a darle miedo la velocidad, cuando yo era la que sentía un vértigo insoportable y se lo decía porque no quería abrazarlo.
No quería esa cintura, quería otra cosa.

Supongo que sé que te quiero de tanto buscarte y desencontrarte y empezar de nuevo, de tanto retroceder hilos, volver a seguir las pistas visuales que se me venían a la memoria para desilusionarme cuando a la vuelta de aquella esquina no veía la fachada de tu edificio sino otra calle totalmente distinta, en la que no vivías. (Podía decirse, que nada conspiraba, o que todo conspiraba para que no encontrara tu puerta, y tu ventana, o tus muebles, tu cama, los libros de tu mesa de luz; a vos.)

Antes de subir a tu departamento y todavía sin saber si ibas a estar o si no era ese en definitiva el lugar correcto y de nuevo estaba equivocada  -porque la vez anterior me pasó que subí y en el piso cuarto en lugar de tu casa, había un enorme shopping de todo por un peso- la abracé a mi cuñada de ficción:
-...Cuñadita...- le dije
- Ya no voy a ser tu cuñada - me dijo, con una desconcertante alegría y apretando mi abrazo.
- Vos siempre, sí -le contesté.
Esas despedidas fáciles y reconfortantes, que sólo fabrican los sueños.

Pero esta vez no; la habitación en sombras era la tuya y estabas en la cama, estabas vos con otro cuerpo, pero vos misma, vestida de un silencio perfecto mirando desde lejos que llegara y me acercara en cuanto abrí la puerta. Así fue todo como debió ser y yo ví que eso era bueno, y pasó la noche y la mañana en que dormimos juntas. Día primero.

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