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Julio y sus animales salvajes
Que me lleve a Cortázar hasta al baño ratifica, ni más ni menos, que también él es para mí algo así como una necesidad fisiológica, una especie de salvavidas manteniéndome a salvo más allá del crepúsculo y de mis soledades, y de la misma muerte y mi miedo a verle la cara. Del tiempo y de mis miedos, por qué no. Es mi manera de mantenerlo inolvidado, de darle vigencia en mí por algo más que por pena de no haberlo visto, pisoteado, en su retorno de hijo pródigo mal pago por la democracia y haberlo salvarlo de alguna manera.
Saco un ticket en cada página suya, en cada renglón, para que juntos visitemos mi Bestiario, de esa manera tan natural y propia que sólo él tiene de hacerlo; paramos en cada jaula del zoológico, miro los pelajes, los ojos de sus bestias, tan parecidas a las mías, mientras él las acaricia - a ésas que no he sido capaz de describir ni nombrar hasta el momento, más que desde su caleidoscopio de mil millones de píxeles-. Como Hélène, mi Hélène, y sus puertas entreabiertas al enigma y a su casa de los demonios que espío con ojos de Celia antes de Austin, o de Juan, en una ciudad nueva a la que Julio hubiera tenido tanto placer de visitar sin pasaportes nocturnos.
Después de Hélène nada es lo mismo, ni las muñecas de Alejandra son como las muñecas rotas del cuarto de Hélène, ni su condesa sangrienta es lo que significa Hélène jugando con sus angeles y demonios.Ni su mirada es cualquier mirada,no. La vida es un antes y un después de Hélène y su colección de oscuros angeles, sus flores estridentes y su perfume inabarcable, bajo su manto de calma y serenidad provocativa.
Es una inapreciable compañía Julio, para poder abrazarnos juntos a mis fantasmas... es que él está acostumbrado a tratar con esta fauna sin necesidad de domesticarla. Y no es que yo esté sola, no,tengo -como mucha gente, supongo- mis soledades inertes a las manos que tocan, al lenguaje diurno, y necesitan de la metamorfosis de la noche para oír como en un murmullo onírico, susurrado al oído, las ideas que yo pienso y sólo veo cuando alguien -otro- las dice (como Julio, o Hélène) sólo por el gusto de verlas en colores, afuera, dichas, con sus pieles salvajes y distintas escondiéndose en mis sombras, abriéndome sus fauces, a veces hasta tiernas desde su peligrosidad, mientras me acerco sin miedo.
Con sus mordidas se inicia un viaje chamánico, sensorial, que traspone los ejes cartesianos del aquí y el ahora, el presente y el futuro, hacia lo desconocido y lo extraño que me niego a evitar.
Eso es lo que me pasa con Julio y sus animales salvajes.
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